Para Educar

La religión de los nómadas


Llevo un diario. Siempre he llevado un diario. A veces escribo todos los días, a veces paso meses sin escribir. Cuento mi historia. A veces solo para contemplarla, otras para recordarla y en ocasiones para comprenderla.

El 21 de abril, escribía sobre vivir en Argentina y la curiosidad de los planes por venir. Seis días después, con fecha de un 27 de abril, dice: “Nos volvemos a España”. Dos meses después escribo en mi diario sobre vivir y trabajar en España.

Los cambios no suelen ser tan rápidos. Pero casarme con un pastor me ha llevado a vivir en movimiento continuo. A estar siempre en el camino.

Nunca los cambios son fáciles. Nos pueden gustar más o menos, pero son cambios. Mis hijas comienzan a ser conscientes de esto. La mayor lloró un día entero por dejar a sus nuevos amigos argentinos. La pequeña tuvo una noche, un ataque repentino de llanto abrazada a su oso Max, un oso de su mismo tamaño, que la acompaña desde que nació: “no te quiero dejar Max, que voy a hacer sin ti” decía entre lágrimas apasionadas, así como es ella de intensa.

Y eso que ellas vuelven a casa. Pero es un cambio y cambiar nunca es fácil.

Estos días comencé a leer a Mario Pereyra y su libro “Psicología de la Esperanza”.

En Terapia Narrativa ejercemos de detectives privados, buscamos descubrir las esperanzas que aún quedan enterradas bajos los escombros de vidas destrozadas. Por eso su libro me interesa, y tal vez porque en las mudanzas…siempre se destrozan cosas. Creo que necesito rescatar mis propias esperanzas.

Dejo escrito aquí algunos párrafos que hablan por sí solos. No puedo agregar ni quitar nada, solo quiero decirlos y que los leas, por si estás como yo, en el camino:

“La religión de los nómadas es la religión de la promesa. El nómada no vive inserto en el ciclo de la siembra y la cosecha, sino en el mundo de la migración. Este Dios de los nómadas, que es un Dios que inspira, guía y protege a sus fieles, se diferencia de manera básica, en distintos aspectos, de los dioses de los pueblos agrarios. Los dioses de los pueblos vinculados a un lugar. El Dios transmigrado de los nómadas, en cambio, no está atado a ningún territorio ni a ningún lugar. Peregrina con los nómadas, está siempre en camino. (Moltmann 1969, 125)

“La esperanza significa maduración y desarrollo y la dirección retrospectiva, la desesperanza, la regresión y el estancamiento. En esencia, la esperanza cristiana es una orientación prospectiva de vida, que abre las puertas a un nuevo y excelente futuro, una posibilidad construida por las promesas de Dios, y proporciona fortaleza moral, un espíritu de desafío y afrontamiento, diseñando un sentido productivo de vida, movido por el amor.

Esa conciencia de avanzar hacia un fin se gesta en la voluntad humana y en la libertad como aptitud dada para moldear la vida y modificar el destino. Incluso el propio destino aparece como una laboriosa arquitectura edificada sobre la decisión tenaz y aun la rebeldía. De allí también surgen las ideas de continuidad y progreso. Continuidad y progreso son las características del tiempo histórico, hecho posible por la interpretación bíblica de la creación. En este contexto emerge lo contingente, la improvisación, el carácter de inseguridad radical y el infinito campo de lo posible.

La visión hebrea del mundo, aportada por los profetas de Israel y finalmente por Yeshúa, está absolutamente orientada hacia el futuro. La plenitud no está situado en el pasado, sino en el futuro, hacia delante. La creación, en los comienzos, no quedó acabada. Y no está hoy acabada.

La meta es lo que da sentido a la peregrinación y a sus penalidades; y la decisión actual de confiar en el Dios que llama, está preñada de futuro. Tal es la esencia de la promesa, desde la perspectiva de la migración.

Así la esperanza, más allá de su amplio campo semántico, es fe en el porvenir, no importa cuán lejos esté, es la disponibilidad a entrar confiadamente en las tinieblas del futuro”.

Y así me encuentro hoy, abrazando con esperanza la inseguridad radical preñada de futuro, confiando en que el Dios en el que creo, está siempre en el camino.

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